Kita y su labor incansable en Paso de los Oscares
A María Luisa Gómez todos la conocen como Kita. Y todos saben que, si hay algo que no falta en la Escuela N° 958 y en el Jardín N° 704 de Paso de los Oscares, es su presencia: firme, amorosa, incansable.
Kita no solo dirige ambas instituciones. También enseña en primero y segundo grado. Acompaña a sus 42 alumnos de primaria y 15 del jardín con una vocación que se nota en cada rincón del aula. Pero su rol va mucho más allá de la docencia. Kita es guía, contención, gestora, segunda madre. Es la que abre la escuela… y la que se queda hasta que el último chico se va.
“Algunos llegan antes que nosotras. Vienen a dedo, desde lejos. Pero no quieren faltar. Porque la escuela no es solo un lugar para aprender: es donde juegan, donde se sienten seguros, donde pueden ser chicos.”
Una comida que también enseña
Muchos estudiantes llegan con el estómago vacío. A veces, el mate cocido es lo único que tuvieron en el día. En ese contexto, el comedor escolar se transforma en algo más que un lugar para almorzar: es un refugio cálido en medio de una realidad dura.
Gracias al apoyo de la Fundación San Genaro y el esfuerzo de la cooperadora —que organiza rifas, ferias y lo que haga falta— siempre hay un plato caliente sobre la mesa. Y eso cambia todo.
“Una comida diaria les permite concentrarse, jugar, estar mejor. Parece poco, pero es muchísimo”, dice Kita.
Tecnología en manos pequeñas
Desde hace un tiempo, en Paso de los Oscares también se habla de carpetas, archivos y editores de texto. No en oficinas: en las aulas.
Con el acompañamiento de Franco, profesor de TIC, los chicos/as de primer grado ya abren sus propias carpetas. Los de séptimo ayudan a Kita con tareas digitales. Y todos exploran, prueban, aprenden. Para muchos, es el primer contacto con una computadora. Pero no será el último.
“Les despertó algo nuevo. Curiosidad, confianza. Sienten que pueden. Y eso, para ellos, vale oro.”
Cuidar también es detectar a tiempo
La llegada del Equipo de Salud de la Fundación marcó un antes y un después. Gracias a sus visitas, se detectó recientemente un caso de Chagas en una alumna. Hoy, esa niña está en tratamiento. Y su familia, acompañada.
En comunidades donde el acceso al sistema de salud está a horas de distancia —y cuesta lo que muchas veces no se tiene—, que alguien venga, revise, pregunte y escuche, puede ser una salvación.
“Trabajar con salud, educación y tecnología a la vez cambia realidades. Nos sentimos parte de algo mucho más grande”, dice Kita.
Donde los sueños se animan a crecer
Entre caminos de tierra, esfuerzos colectivos y desafíos diarios, Kita hace algo que no se enseña en los libros: cultiva sueños. Les da forma, los protege, y se asegura de que no se marchiten.
Gracias, Kita, por tu entrega. Por hacer de tu escuela un lugar donde el futuro no se espera: se construye todos los días, con amor, con comunidad y con esperanza.