El voluntariado que todo lo puede: El compromiso de Francisco.
Cuando Francisco Andueza conoció a Fundación San Genaro, no imaginaba el impacto que causaría en su vida y en la de los demás. Después de varios años colaborando activamente en nuestros proyectos, su testimonio refleja lo transformador que es el voluntariado.
El primer paso fue participar en un taller de voluntariado corporativo organizado por la Fundación en su empresa. «Me acuerdo que en mi primer taller de voluntariado sentía una mezcla de intriga y emoción», comenta Francisco. «¿A quién le estará llegando esto que estamos haciendo? Pero lo importante es saber que estás aportando a algo más grande, aunque no veas el resultado final.» Para él, esa experiencia fue reveladora porque entendió que contribuir a algo mayor, aunque no siempre se vean los frutos inmediatos, es parte esencial del voluntariado.
Este fue el primer paso de un camino que lo llevaría a involucrarse mucho más allá del ámbito corporativo. En 2020, en plena pandemia, sintió que tenía que hacer algo más, por eso decidió tomar la iniciativa y unirse de manera más activa a la Fundación. «Cuando en medio del desastre de la cuarentena escuché lo difícil que estaba la ayuda a comedores, se me ocurrió escribir a la Fundación para ver si había algo en lo que pudiera aportar,» recuerda Francisco. Dos días después, ya estaba en una camioneta llena de alimentos rumbo a comedores del conurbano. Durante ese año, realizó varias entregas, conociendo realidades muy difíciles y conectando con las personas que estaban en la primera línea, enfrentando la crisis. «Esas personas son las que están realmente en el frente de batalla contra la indiferencia, y me despiertan una admiración total.»
Su experiencia en las escuelas rurales también dejó una marca profunda en él. «Uno puede opinar y decidir cómo ayudar, pero para entender el verdadero valor de lo que hacemos, hay que ver el impacto de cerca. Y eso no se ve en una planilla de Excel, se ve en un abrazo desinteresado, en las sonrisas de los chicos y en las miradas que se preguntan cuándo volvés», dice Francisco con emoción.
Cada viaje, cada taller y cada conversación que compartió con el Equipo, lo impulsaron a seguir sumando, no sólo como voluntario, sino también a través de donaciones. Empezó a organizar colectas con amigos y conocidos que, como él, querían ayudar pero no sabían a dónde. «Había algo más que se podía hacer. Entre mis amigos, muchos sentían lo mismo, pero no confiaban en las grandes ONGs o no sabían a dónde iba lo que donaban. Así que comenzamos a juntar plata, comprar alimentos, útiles, juguetes, e incluso algún horno para la elaboración de panes.»
Hoy siente que a través de su participación en la Fundación aprendió dos grandes lecciones. La primera es que no se necesita esperar a que otro dé el primer paso. «Si tenés ganas de ayudar, simplemente hacelo», dice con convicción. La segunda lección, quizá la más poderosa, es que la ayuda nunca sobra. «La necesidad es infinita. Podés hacer una gran acción hoy, pero mañana la necesidad sigue estando. No se trata solo de una acción puntual, sino de un compromiso constante.»
La experiencia de Fran se suma al de todas aquellas personas que desde su lugar aportan algo muy valioso, sin importar el lugar ni el momento, sino simplemente detenerse ante la necesidad del otro y poder generar una sonrisa y más esperanza.